Vacaciones en autocaravana por los Países Bajos!!! - 2ª Parte



La ciudad de Gante se encuentra a muy poca distancia de Brujas, de modo que llegamos en muy poco tiempo. En seguida advertimos que es bastante mas grande que la ciudad vecina de la que veníamos, y que los alrededores son mas densos en tráfico y población, pero tiene un centro histórico que no desmerece a Brujas, por su belleza, canales e importancia de los edificios. En concreto, merece la pena visitar el Castillo que hay en el centro, que está en un estado excelente de conservación...



En fin, que conseguimos unos buenos aparcamientos para las dos autocaravanas a poco mas de 2 kilómetros del centro de la ciudad, de modo que sacamos las bicicletas y nos fuimos hacia allí. El primer tramo sufrimos ligeramente por el excesivo tráfico que había, aunque como cada calle tiene su carril-bici perfectamente adaptado, nos sentimos en todo momento seguros y avanzamos sin problemas.



Ya en el centro, tuvimos la mala suerte de que la plaza de la Catedral estaba en obras, y deslucían un poco las fotos, aunque disfrutamos igualmente de tan bello escenario. Callejeamos durante toda la tarde, con especial atención al continuo ir y venir de los tranvías, y aprovechamos para merendar en una céntrica hamburguesería. Unas fotos a los canales y una visita a los exteriores del castillo, y de nuevo nos dirigimos a las autocaravanas para continuar nuestro viaje hacia la capital de Europa: Bruselas.



Si bien es cierto que Bruselas es una de las ciudades mas importantes de Europa, nosotros consideramos que no es una ciudad que merezca la pena visitar en profundidad en un viaje como el nuestro, de modo que tan sólo pasamos a ver dos de los lugares de mayor interés turístico: el Atomium y, como no, el Manneken Pis.



El primero de los sitios lo pudimos disfrutar un poco mas tranquilos, ya que se encuentra en una zona de grandes avenidas y mucho aparcamiento. El Atomium Representa un átomo de hierro, aumentado 165 mil millones de veces, construido para la Expo de Bruselas del 58.Ya nos advirtieron que no merecía la pena entrar dentro, ya que el precio de 22 euros por una familia de 4 miembros no lo vale, así que disfrutamos haciendo unas fotos de la estructura, que es realmente impresionante.



De allí salimos hacia el Manneken Pis, ya que era nuestra segunda vez en Bruselas y no conocíamos a tan singular personajillo... La pequeña estatua se encuentra en un lugar muy céntrico y tuvimos la mala suerte de que el tráfico no nos permitió ni aparcar ni siquiera parar las autocaravanas, de modo que para no perder mas tiempo en el centro de la transitada ciudad, le hicimos unas fotos desde los vehículos, para proseguir la marcha inmediatamente después. En este caso, la fortuna quiso que pudiéramos verle con uno de los múltiples trajecillos que le ponen en ocasiones y que, este en particular, se trataba de un traje de folclore Húngaro.



Después de callejear unos minutos buscando una salida, pusimos rumbo a Amsterdam. De camino, decidimos parar a comer en Amberes (Antwerpen) pero, como ya habíamos pasado mucho tiempo entre el denso tráfico de Bruselas, buscamos un sitio tranquilo sin adentrarnos en la hermosa ciudad. Era jueves y queríamos llegar a Amsterdam ese mismo día por la noche, ya que teníamos previsto acampar en el camping mas cercano al centro y los viernes se suele colgar el cartel de “completo”. Eso nos obligó a no poder dedicar apenas tiempo a esa bella ciudad que tiene tanto que enseñar. Comimos en un parque junto al canal principal, con bonitas vistas de toda la ciudad, y proseguimos pronto nuestro camino.



De modo que cerca de las 20hrs del jueves 30 de junio, entrábamos al camping Vliegenbos de Amsterdam. Es un camping caro, ya que en mi caso supuso poco menos de 60 euros por noche (la autocaravana y nosotros cuatro), sólo por aparcar en un sitio minúsculo prácticamente en medio de una de las calles. Aún así, por la cercanía y la comodidad de dejar el vehículo en un sitio seguro, contratamos 2 noches. Por si los precios no eran suficientemente abusivos, la manguera de llenado de agua funcionaba además con monedas. También advertimos que los precios del supermercado eran salvajes, pero nada de eso iba a hacer que dejáramos de disfrutar de nuestra estancia allí.



Dormimos de maravilla y a la mañana siguiente nos fuimos con las bicicletas al centro de “la ciudad del pecado”. Como el camping se encuentra al otro lado de la ría principal, utilizamos uno de los ferrys gratuitos que comunican con la Central Station. El trayecto es rápido y cómodo y en menos de 15 minutos nos encontramos en el centro de Amsterdam.



Lo primero que quisimos hacer fue contratar una barca para recorrer los canales. Por el módico precio de 8,50 euros por persona, navegamos durante poco mas de una hora, disfrutando de los históricos edificios del centro, de los barrios rojo y chino y de las pintorescas casas flotantes, que ofrecen una perspectiva muy distinta a la que se ve desde tierra.



Una vez terminada la ruta en la barca, decidimos que las bicicletas estaban correctamente atadas en el puerto y que podíamos pasear por la ciudad sin temor a que nos las robaran, de modo que dedicamos varias horas a recorrer las calles mas características del centro. Estuvimos comiendo en una hamburguesería cercana y curioseamos por las divertidas tiendas de la zona, hasta bien entrada la tarde. Tuvimos una idea para visitar el barrio rojo: primero nos quedaríamos Maribel y yo con las 4 niñas mientras Oscar e Isa lo recorrían a su antojo y luego nos intercambiaríamos para hacer lo mismo nosotros.



En nuestro caso, utilizamos nuestro tiempo para curiosear la zona de los escaparates (donde las meretrices ofrecen sus encantos), para luego visitar algunos sex-shop (donde compramos unos regalitos atrevidos y pasamos un rato divertido) y por último entrar en un coffe-shop (donde compramos unos pasteles aderezados con marihuana para degustar en el camping).



Finalmente, se nos echó la noche encima -aquí quiero hacer un inciso: dada la latitud tan próxima al polo norte de Amsterdam, nos resultaba curioso lo tarde que anochece allí, lo pronto que amanece y la sensación de que no termina de llegar la oscuridad total y siempre hay un mínimo de claridad en el cielo que nos tenía despistados- y nos dirigimos a la Central Station para coger el ferry que nos dejaba en el camping. Ya allí, descansamos del agotador día que habíamos vivido, con ánimo a retomar fuerzas para el día siguiente.



Ya llegó el viernes y, después de desayunar, volvimos a llevar nuestras bicicletas a la parada del ferry para volver a recorrer la ciudad. Esa mañana la dedicaríamos a las compras. Tuve una anécdota en una tienda, donde mi amigo Oscar me preguntaba qué podía llevar de regalo a un amigos suyo y yo le recomendé que le llevara una pipa de fumar marihuana. En el momento que le señalé a lo que me refería, toqué ligeramente una delicada pipa de cristal que, muy despacio, se cayó encima de la que tenía al lado. Poco a poco se fueron cayendo todas las pipas del estante y yo, trataba de impedir su rotura parándolas con manos y pies. Fue un momento muy cómico que se saldó con algunas pipas desmontadas, una de ellas rota en mil pedazos, y todo el contenido del estante por los suelos, de modo que pagué mi deuda y salí de allí con las palmas hacia arriba para no tocar nada más.



Tras unas horas de entradas y salidas de las tiendas, donde pudimos saciar nuestro instinto consumista, regresamos de nuevo al camping para recoger los trastos y continuar la marcha. El destino que habíamos decidido para el día de hoy era Kinderdijk y sus famosos molinos centenarios. Así que, después de pagar al dueño del camping (no rebosaba simpatía el tipo ese, sino mas bien todo lo contrario...), pusimos rumbo hacia el sur.



En menos de dos horas, llegamos al pueblo de los molinos y encontramos justo dos sitios en un área que había en el parking de un centro comercial. Dentro del centro había una oficina de información turística, y nos informaron de la ruta mas adecuada para visitar los molinos. Ello suponía un trayecto de unos 12 kilómetros entre ida y vuelta, que decidimos hacer en bicicleta, para dejar las autocaravanas en el parking y pasar luego la noche.



La ruta que hicimos fue la mas dura de todas las vacaciones para las niñas, ya que suponía afrontar unas cuestas muy pronunciadas, algo impropio de un país tan llano como es Holanda. Aún así, debido a la comodidad de los carriles-bici y a la belleza del paisaje, disfrutamos del camino tomándonoslo con calma. La zona de los molinos tenía un aparcamiento a la entrada, que daba acceso a un camino asfaltado entre dos canales rodeado de unos elegantes y robustos molinos, todos ellos con mas de 300 años de edad. En el parking, tuvimos una anécdota con mi hija pequeña Lucía, en el que mirando a los molinos no se percató del único coche que había aparcado en el mismo centro de la explanada, empotrándose con él a poca velocidad, pero suficiente para darse un buen castañazo. En el interior del coche, había una familia holandesa que salió de inmediato a ver que había sido ese ruido, y se encontraron a mi hija tirada junto al coche llorando desconsoladamente, mas por la sorpresa y vergüenza del choque que por el golpe en sí. Curiosamente, el hombre trataba de consolar a Lucía, mientras la mujer, con cara de pocos amigos, miraba de arriba a abajo al coche a ver si había hecho alguna marca. Cuando fuimos capaces de callar los llantos de mi hija, me disculpé por el incidente y nos adentramos en uno de los parajes mas bonitos y típicos de todos los que estuvimos por Holanda.



A ambos lados del camino, se situaban decenas de molinos, la gran mayoría funcionando de manera continuada. La combinación de agua, fauna local, naturaleza verde y esas fantásticas construcciones, hicieron que dedicáramos la mayor parte de nuestras tarjetas de memoria a fotografiar cada rincón. Estuvimos allí hasta el ocaso, y en ese momento nos salieron las mejores imágenes que aún guardamos en nuestra memoria y en nuestros ordenadores.



De modo que iniciamos el regreso por mismo el lugar que habíamos traído, aunque en esta ocasión la mayor parte de las cuestas eran hacia abajo, así que volvimos contentos y descansados a nuestras casitas rodantes para cenar. Frente al parking había un embarcadero, y aprovechamos para degustar algunas de las variadas cervezas que habíamos comprado por la zona. Yo cogí una de frambuesa que era muy ligera y afrutada, Maribel una “blonde” de abadía con nada menos que 14º de alcohol y Oscar una “brown”, también de abadía, que tenía 16º. Así que bien cargaditos les dimos la cena a las niñas y las dejamos en una de las autocaravanas viendo una película mientras los mayores nos dispusimos a degustar los pasteles de marihuana que habíamos comprado en Amsterdam. La verdad es que estaban deliciosos, pero como nos fuimos en seguida a la cama, probablemente cogimos la cogorza de nuestra vida mientras soñábamos... Cerca de la una de la madrugada, salieron dos estúpidos del cine y se pusieron a hacer el imbécil, con el maletero abierto y la música a tope, mientras bailaban de forma cómica y espasmódica. Si nos hubiese pillado a otra hora, habríamos pasado un buen rato viéndoles hacer el ridículo, pero a esas horas, con las niñas durmiendo y el subidón de la cerveza y los pasteles, no me hizo ni pizca de gracia, así que cuando fui a salir a llamarles la atención, unos 20 minutos después de insistir con la misma ¿canción?, recogieron y se marcharon.

Así que, en ese momento si que si, descansamos como ángeles durante toda la noche...

Al día siguiente, nos acercaríamos a visitar los diques que se comenzaron a construir en la década de los 50 para ganarle terreno al mar, pero eso os lo explicaré detenidamente en la siguiente parte.



Gracias por llegar hasta aquí!!

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡¡¡Qué envidia que me da!!!

Un abrazo desde Alovera ;)
Damarsito ha dicho que…
Anda que los viajes que tu te preparas no molan, jejeje...

Un abrazooo,
DM

Entradas populares de este blog

Construcción de Horno de Leña de Doble Cámara

Route 66 - El viaje de nuestra vida - Semana 1 de 3

Gracias Otto!!!